Cuando se acerca el momento de explicar el sistema nervioso en clase siempre empiezo a acumular miles de cosas en varias cajas por casa: cartones de varios tamaños, todo tipo de embalajes, ese plástico para explotar burbujas tan adictivo, papelorios varios, etc. Y no, no lo hago por padecer un síndrome de Diógenes repentino sino por una sencilla razón: la elaboración del famoso casco para cerebro de huevo. Todo un clásico en mis clases, vestigio del año que pasé como profe visitante en Texas y un éxito casi asegurado que explicaré en otro post.
Además, desde el curso pasado, he añadido una nueva actividad a modo de introducción que ha resultado ser también bastante exitosa: la construcción de «un casco muy cerebral«, esta vez no para el huevo, para mis alumnos.